Por: Faiber Salazar.
Rodeado de herramientas y el olor a pinos y eucaliptos que se convierte en la motivación para transformar cualquier pedazo de madera en una obra de arte, transcurre el día a día de Gilberto Giraldo Tobón.
Cortar una tabla, cepillar o lijar algún trozo de madera, poner o quitar con su taladro una bisagra o una chapa a una puerta que acaba de construir. Todo eso lo hace él en su taller, mientras lo acompaña la radio, a veces a todo volumen, y su ayudante.
“Yo elaboro lo que son taburetes, sillas de sala, cocinas, closets, camas, todo lo relacionado con la madera. Todo eso de la restauración también se hace”, cuenta… “Me levanto a las seis y cuarto o seis y media de la mañana, un bañito, se viste uno y sale para el trabajo. Llego aquí, organizo, barro un poquito y me pongo ya a organizar lo del día, que es la lijada, me pongo a hacer una cama, un taburete o cualquier otra cosa que me resulte. A las 2 de la tarde voy y almuerzo, y otra vez regreso a trabajar hasta las cinco, que es el horario en estos momentos”.
Gilberto es un hombre de tez y cabello claro, y durante casi todo el día su ropa está empolvada por el aserrín que produce la madera. Eso sí, una parte de su rostro la mantiene cubierta con un tapabocas para evitar ese mismo polvo o virutas mientras trabaja.
Pero la mayoría de las personas lo conocen es por su apodo, como es costumbre en muchos pueblos, y normalmente uno escucha hablar es del reconocido ‘Chivato’.
“La historia de Chivato es que todos los profesores llegaban aquí a la casa donde mi mamá. Mi mamá les hacía de comer y les daba dormida, y un profesor llegó un día, y como yo era pequeño molestaba mucho y me decía: ¡Este chivatico! Así quedé y todo el mundo me conoce como Chivato”.
El porqué de su remoquete, se complementa con la definición que da la Real Academia Española -RAE- al término chivato que es: “Dicho de un niño: Vivaz y atrevido, que mezcla ingenio y descaro”.
Está inmerso en este oficio desde hace ya 37 años, cuando siendo un niño (12 años) ayudaba en una carpintería del pueblo. Años más adelante, montó su propio taller “mi historia como carpintero aquí en Granada comenzó con Luis Naranjo. Después del estudio, me venía a trabajar por las tardes hasta las 10 de la noche y el me dio la oportunidad de ir trabajando hasta que ya después me conseguí el tallercito”.
Confiesa sentirse incómodo, extraño cuando no está laborando en su taller, “los días de descanso también son muy buenos, pero eso es muy horrible estar uno en la casa esperando a que le tiren a uno una comidita o cualquier cosa, es muy duro. Uno rico, conseguirse la platica y llevar el mercadito a la casa.
“Me siento orgulloso de ser carpintero por la profesión de José, el papá de Jesús. Cuenta la historia que también Jesús le colaboraba en la carpintería, y los procesos son muy bonitos y los trabajos que uno entrega también se siente elegante”, dice con gestos de visible alegría en el rostro, seguramente, por llevar dedicado parte de su vida a esta labor y para hacer referencia a que el trabajo con la madera es una de las actividades más antigua que existe.