Por: Faiber Salazar
La tristeza de tener que desplazarse del campo hacia la ciudad para salvaguardar su vida y la de su familia, el dolor por la muerte de dos de sus hijos en la masacre perpetrada por los paramilitares en la vereda El Vergel, aquellas molestias físicas que quizás le genera su avanzada edad y otros capítulos amargos de su vida, don Javier Duque los suaviza con buen humor y un dulce, de esos mismos que vende diariamente en su chaza, ubicada en la variante principal, frente a la heladería La Junín.
Las chazas son una especie de casetas construidas principalmente en madera y lata, con rodachines, lo que permite a su dueño moverla de un lugar a otro. En los años 90 casi en cada esquina del pueblo se podía ver una, en la que, por lo general, una mujer o un adulto mayor vendía productos.
Con algo más de 80 años de edad, Javier de Jesús Duque Botero lleva al menos 7 años dedicado a vender su mecato en este punto del municipio, y mientras cuenta sobre cada uno de los productos que ofrece y su valor, expresa con un tono jocoso “esto no lo vendo sino yo. Y barato, esto aquí es regalado”.
En las separaciones de su chaza o caseta se puede observar su ruana de color negro. Bombones, galletas, chitos, chicles y todo tipo de mecato, y hasta cigarrillos. Además, entre las bolsas de mecato se ve también una coca amarilla con unas cuantas monedas que ha realizado en más de medio día de trabajo.
Muy tranquilo, pero haciendo énfasis en lo poco que ha producido, pone sobre una de sus manos las monedas del recipiente amarillo y empieza a contarlas, “vea lo que me he hecho hoy, por ahí 2 mil pesitos”, eso sí, sin perder la sonrisa en su rostro.
Su lugar de trabajo, o más bien el lugar en el que se ubica su pequeño negocio, está custodiado por la imagen de la Virgen del Carmen que adorna el ingreso a la plazoleta Tiberio de J. Salazar y Herrera.
Mientras tanto, don Javier, que lleva colgado en su cuello un carnet que le entregó la administración municipal para autorizar su ubicación en este sitio, se encuentra sentado sobre un filtro de aire de carro, conversa con algunos amigos y espera a que alguien pase por el lugar y le compre ‘cualquier cosita’.
Don Javier no tiene horario para salir de su casa a entretenerse con la venta de dulces y disfrutar de los días soleados mientras saluda a las personas que pasan por su lado. “Yo hay veces empiezo por ahí a las 8, otras veces a las 9, otras veces a medio día, otras veces a la 1 de la tarde y así”.
Pese a las limitaciones que le genera su edad, don Javier es una persona positiva y mantiene su buena energía para salir cada día a conseguir parte de su sustento con la venta de dulces.