Por: Hugo Tamayo.
Me condujo hasta una mesa dispuesta para seis personas. Ahí se encontraba uno de los hijos de la cantante, que no se movió de su silla. En la mesa también nos acompañaba “Pinchaíto”, periodista de una emisora. Yo tomé asiento al lado opuesto de la anfitriona.
—Venga, siéntese aquí, al lado mío —me dijo la artista deslizando una de las sillas más hacia ella—. Ahora llama al alcalde y me lo pasa para saludarlo —me pidió, al darle los saludos que él le había enviado. Luego, como “Pinchaíto” empezó a mostrar el video del lanzamiento de una canción, Arelys comentó—: Cómo se ha perdido la originalidad buscando otros ritmos, clases de música o lo estético.
Con esta intervención de Arelys, entramos en un conversatorio que fue el abrebocas para romper el hielo. Aunque desde el mismo instante que puse los pies en su casa empecé a sentir confianza, pues, desde el saludo, la cantante se dirigía a mí como si lleváramos años de conocidos. Muchas expresiones iban acompañadas de un “mijito” o “hágale pues”. Y ya, para ir entrando en una conversación más personalizada, me preguntó:
—¿Cómo está ese pueblo? ¿Ya empezaron a pavimentar la carretera Granada-San Carlos para poder volver a ir por allá? —Como a esta pregunta yo solo hice un gesto: jmmmmm, inmediatamente ella se paró y dijo—: Llámeme al alcalde y me lo pasa.
Conversamos varios minutos sobre música, cantantes, política, elecciones presidenciales…, y por último preguntó:
—¿Ya está grabando?
—No, cuando me autorice.
—Bueno, prenda pues esa grabadora porque enseguida sigue otra entrevista. —Le aclaré (porque me lo pidió), que este trabajo era para una crónica y que se publicaría en desdegranada.com, la página web de la emisora de Granada Stereo.
—Listo, qué quiere que le cuente.
—Yo deseo que me narre historias y anécdotas de su vida, pero de esas que no le ha revelado a los medios de comunicación o para la novela que están emitiendo por la televisión colombiana —le dije— y saqué de mi mochila dos hojas tamaño carta donde llevaba impresas las preguntas para este encuentro, pero, sin todavía desplegar las hojas sobre la mesa, le pedí:
—Cuénteme la anécdota que más la haya marcado como cantante.
—¿Una de las anécdotas? A ver, a ver… —dijo esculcando en su memoria—: Son tantas… ¡Ya! Fue en el año 2015, cuando me presenté en Connecticut, Estados Unidos. Yo pensaba que allá uno podía tomarse foticos con el público y resulta que la policía me sacó sacada del evento porque empecé a tomarme fotos con la gente. Pues, había alguien que estaba vendiendo discos míos, entonces en eso vino la policía y se enojaron conmigo. Yo les decía que por qué me peleaban sabiendo que quería abrazar a mi público, gente que viajó seis, siete horas en carro y venían a verme (era un festival colombiano). Que por qué no me dejaban compartir con la gente. Pero la policía, literalmente, me cogió, uno de un brazo y otro del otro, me metieron al carro e hicieron manejar al conductor por ahí diez minutos, nos escoltó una patrulla y nos dejó por allá lejos. Yo fui, a mí me pagaron por el evento y no sabía que la policía era tan estricta y que no me dejaban compartir con nadie. Iba pero emocionada porque me iba a tomar fotos con mis seguidores. Eran personas muy educadas, muy chéveres. Gente que llevaba años y años en Estados Unidos, que también querían que yo les firmara los CD. Había colombianos, ecuatorianos, venezolanos, peruanos, mejicanos, de todo. Pero no, qué pesar, esos señores grandototes de la policía estadounidense me sacaron. Esa experiencia, me parece, pues, bonita y no bonita a la vez. Después me llamaban seguido. Por ejemplo, el año pasado me insistieron muchísimo que fuera, que me tenían varios conciertos por diferentes ciudades y yo les decía: No, no quiero ir a trabajar con visa de turismo. No quería porque ya las reglas están más complicadas. Yo quería era ir —Glorita, me regalas agüita, por favor, dijo Arelys a la vez que con cuatro de sus dedos se cubría la boca para emitir un bostezo que solo calmó con el sorbo del agua. Y prosiguió—, quería era ir con todo mi equipo de trabajo y las cosas bien hechas; entonces esperé que algún empresario se animara a sacarme la visa de talento; pero que me llevara con toda la agrupación. Y la empresa Villabonevents —Luis Villabón— creyó en mí y me sacó la visa para todo el equipo de trabajo. Cuando me dieron la visa de turismo no sentí tanta emoción como cuando recibí la de talento, porque de una u otra manera era una oportunidad más en la vida. Otra oportunidad, incluso, de llegar a trabajar, o por algunas circunstancias aquí en Colombia, o lo que fuera, tener dónde establecerme. Tener dónde empezar de cero. Son muchas cosas que uno piensa y que un país tan importante como Estados Unidos me haya dado la visa de trabajo, que es ya casi también la puerta a hacer los papeles americanos, pues es una alegría muy grande. Cuando la tuve en mis manos, la miré y la miré y la miré y ahí mismo le conté a mi familia.
—Hábleme de su comida. La que extraña. La preferida.
—De niña todo me sabía muy rico porque uno comía de esos fríjoles que llaman montunos —el fríjol de vida— con plátano verde, sancocho… Normal y todo el cuento; pero yo no sabía ni qué era gratinado, ni qué era salmón, ni qué eran mariscos. De hecho, los mariscos los estoy comiendo un poco ahora. No los conocía hasta vivir aquí en Medellín. Yo decía, esos gusanitos no los como ni por el berraco, hasta que un día me encontré con Darío Gómez y me dijo: Mija, quiere un consejo para tener la eterna juventud, coma mucho pescado, pollo y enamórese de los mariscos. Entonces desde que el maestro Darío Gómez me dio ese consejo, trato de comerlos. Eso sí, yo no cambio el menjurje de mi mamá por mariscos o por caviar o por lo que sea. Además, el caviar no me gusta. Tampoco he podido con el sushi. No he podido, no he podido. Tengo de pronto que arriesgarme a probarlo, pero que sea ya medio cocinadito porque nunca lo he comido. Es que la arepa con quesito, un poquito de sal y chocolate; o las migas de mi mamá, que era la arepa remojada en manteca con cebolla de rama y huevo, no lo cambio por nada del mundo. Mi comida preferida sigue siendo la misma: la bandeja paisa, pero, sobre todo, esas migas de mi madre. Ese menjurje no tiene reemplazo. Sí, no niego, me gustan mucho el salmón, los gratinados… Como de todo, pero mientras más sencilla sea la comida, mejor; porque no hay cosa más rica que un arroz caliente con un huevo medio blando.
—Le escuché decir en una entrevista que le daba miedo de la fama. ¿Usted no se cree famosa?
—A mí no me da miedo hacer muchas entrevistas, porque disfruto hacerlo. A mí me gusta. No me da miedo ir a muchos medios. A mí me da miedo es de la palabra fama, que, cuando el artista se cree famoso, hasta ahí llegó. O sea, en realidad para mí no existe la fama, existe un reconocimiento del público que hay que alimentar. Hay que ser respetuoso y responsable. Creo que uno no puede permitir que la vida le cambie y cambiar su esencia como ser humano. Simplemente la vida tiene que seguir. Lo de la serie sobre mi vida en televisión son tres o cuatro meses en Colombia. De mucho mundo. De mucho reconocimiento. Después la vida será normal y seguiré siendo la Reina de la música popular. Luego sale en Netflix y hay otro boom. Tengo una campaña para Latinoamérica, pero se estabiliza la carrera en un nombre y en un trabajo diario en el que hay que luchar para seguir adelante, pero el artista que piense que ya llegó, que ya es famoso, está equivocado. Mire, acabo de llegar de un viaje a Dubai y en realidad ahí me doy cuenta de que aquí no hay famosos, excepto Shakira, Balvin, Juanes y Carlos Vives, esos son los únicos de Colombia. De resto, ninguno somos famosos.
—En la literatura, con el primer libro, muchos nos creemos ya escritores. ¿En la música cómo es?
—En la música es al contrario. No, pues lo voy a tirar, al menos por ir ahí ensayando. Después tiro el segundo. Bueno, ahí va uno y dele y dele. O sea, en la música nada está escrito. Yo compongo canciones porque me nacen del alma, no pensando en que sea una fórmula mágica. Comercial. Compongo cuando me sale del corazón. Cuando lo siento. Incluso tengo composiciones que nunca he grabado, pero las canto y las disfruto. Cuando grabo una canción es porque he estado convencida de que me gusta y que si a mí me gusta, a mis seguidores les va a gustar. Pero creo que, en la música, en la escritura, en la pintura, en el arte en general, uno tiene es que hacerlo por ser feliz. Para disfrutar lo que se hace, porque si lanzo un disco pensando en que me voy a volver millonaria, en que esto y lo otro, es un error.
—¿En el oficio como peluquera también tiene anécdotas que desconocemos?
—Tengo una que no he contado y es que a los ocho días de haber motilado a una señora, la historia que sale en la serie, Nubia, la patrona, me dio unas clasecitas y me dijo que ya estaba muy lista para motilar, pero resulta que fue un joven a que lo motilara con la máquina dos y lo motilé. Le lavé el cabello (vi que quedó rasito), le eché la gominita, talquito, me pagó y se fue ($ 1200 me dio. Me acuerdo muy bien). Cuando ese muchacho se bañó, volvió allá porque tenía por ahí diez pelos saltones en toda la cabeza. Largotes. Yo no sé dónde se habían embolatado con la gomina (era como con esas pelucas para hacer los rayitos) y llegó todo furioso para que le pusieran otra vez la máquina, pero en diferentes direcciones, porque uno tiene que meter la máquina en todas las direcciones para que quede parejito totalmente y yo no sabía. Y ese muchacho todo enojado, a la final también tuvo que soltar la carcajada, porque Nubia se moría de la risa con eso. Entonces ella lo terminó de pulir y ahí aprendí. Aprendí a manejar tan bien la máquina, y soy tan cuadriculada manejándola, que todavía (hasta hace un tiempo), motilaba a mi familia.
—Son —dice usted— como veinte o treinta oficios que ha contado. Cuénteme qué más ha hecho.
—Sí, tratando de sobrevivir me metí a guía turística. Me fui con mi amiga Diana a un viaje a Santa Marta, de guía porque no estaba la otra que trabajaba con ellos. Y ella me dijo: ¿Será que usted se le mide a acompañarme? Y yo: ¿Qué hay que hacer? No, pues usted hace todo lo que yo haga. Hay que adornar el bus con bombas. Embolatar las viejitas. Era una excursión con señoras de pura tercera edad con algunos familiares. Salimos y estaba atrás cantándoles a los viejitos, cuando iba llegando a Don Matías ya estaba mareada y trasbocando. Hasta ahí llegué. Vomité todo el camino y mi compañera mirándome como para matarme me dijo: Usted por qué no me anticipó que se mareaba. Yo le respondí que si le decía no me hubiera contratado. Llegamos a Santa Marta y el jefe me explicó: Bueno, a usted le va a tocar cuidar a una viejita que viene muy encargada y le pagaron cuidandera. Es un servicio especial (se llamaba doña Rosario. Yo tengo una foto de ella). Y me pusieron a cuidarla todo el tiempo. Resulta que llegamos a la playa y me preguntó: Mija, ¿usted no se va a meter al mar? No, doña Rosario, porque a mí me están pagando es por cuidarla a usted. Entonces dijo: Ah, los otros se fueron por allá. Venga, mija, póngase el vestido de baño. Yo tengo uno aquí de la nieta que me iba a acompañar y a la final no vino y lo empaqué. Bueno, me puse ese vestido. Ah, qué lindo le queda, me dijo la viejita. No, tranquila, disfrutemos la playa. Qué hijuemadres, disfrutémosla, pensé yo, y me regué como verdolaga en playa a asolearme en la arena y se me olvidó la viejita. Cuando por allá escuché unos gritos: ¡Oiga, se cayó la viejita! ¡Se aporreó la viejita! Y yo: Cuál viejita (como un poco desentendida). Y ahí fui yo la que pegó el grito cuando acaté: ¡la viejita! Y salgo corriendo a ver, y cuando llegué, estaba echando sangre por toda la mano, se había enterrado un cactus. Y yo: Ay, doña Rosario, ¡me van a echar! Mija, tranquila. Es que me dio tanto pesar despertarla porque usted estaba ahí acostada en la playa. Pero no, no, no, tranquila que yo tengo Seguro Social, me decía ella. Yo le dije: No jodas. Pero bueno, me van a regañar. Y claro, cuando llegaron todos de la excursión y que qué le pasó a doña Rosario. Y ahí mismo me miraron horrible porque se había enterrado varios chuzos de cactus en la mano. Luego nos llevaron dizque a conocer algo donde había piedras, yo no sé, no tengo claro si era un acuario. Ya se me olvidó. En todo caso había que caminar por encima de unas piedras algo lisas. Bueno, Luz (a mí me decían Luz en esa excursión, porque yo soy Luz Arelys), Luz, usted se encarga de la viejita Rosario, pues, si no la acaba de matar porque no, qué problema, me dijo el jefe. Bueno, agarro a la viejita de la mano y así como la agarré, pasando esas piedras se nos fueron los pies así, vea, chassssss. Y ¡pum!, contra el piso. Cayó la viejita y se aporreó la cara. Se paró esa señora y yo le dije: No, doña Rosario, definitivamente yo sí la voy a matar a usted. Y me fue contestando: No, mija, yo tengo Seguro Social. Esa fue la recocha todo el viaje porque la señora venía mancada la cara y la mano aporreada. Y así, vuelta nada, de venida para acá, cada vez que yo le iba a decir algo como para disculparme, siempre me decía: Tranquila, mijita, que yo tengo Seguro Social. Y, obviamente, me echaron. Escasamente me dieron $ 30.000 y me dijeron que nunca más. Que no, que antes no me mataban por de buenas. Anécdotas son las que tengo —continuó la artista—: cuando yo tenía trece años fui a un concurso a Liborina (en la serie, en esa parte me muestran un poquito más grandecita y que iba con un hermano, pero yo viajé sola). Me monté al bus y el ayudante me dijo: ¿Usted para dónde va? Voy para Liborina, le respondí. ¿Y el pasaje? Entonces le contesté: Es que los cantantes no pagamos pasaje. Y me dijo: ¡Síiiii!, váyase con ese manto a misa. A ver la plata. Y yo le volví a decir: No, señor, no sea atrevido que los cantantes no pagamos. Yo soy cantora. Y claro, me le enojé. Yo con esa mochila al hombro, donde llevaba el vestidito que mi mamá me había hecho para la presentación, miraba al ayudante con una rabia, entonces me acomodé bien la mochilita y seguí para la banca de atrás. Me senté y de ahí nadie me bajó. Yo sí vi que ese señor se fue a charlar con el conductor y me miraban por el espejo: Jua, jua jua…, ¡pero a las carcajadas! Se morían de la risa allá juntos los dos, el viejito y el ayudante. Daría lo que fuera por volverme a ver como esa niña tan berraca y tan capaz. Yo, con una niña así, con esa actitud, me muero de amor. Es una anécdota maravillosa.
—Con esta fama y este boom, ¿qué ha cambiado en su vida que no le guste? ¿Qué extraña?
—No es fama, es reconocimiento —insiste ella—. Yo, lo único que extraño de mi vida y que algo haya cambiado, es no tener a mis familiares que han muerto, de resto, no devolvería el tiempo. Lo devolvería si pudiera tener la experiencia que tengo ahora. La calma, la tranquilidad, porque de dieciocho, veinte años, que era tan linda, en esa edad solucionaba las cosas de forma diferente. Aunque era berraca y metelona. Sí, cometí muchos errores. Devolvería el tiempo para no cometer los mismos errores. ¡Ah!, pero a la final no extraño nada del pasado ni devolvería el tiempo. Solo extraño a los que no están: mis hermanos, mi padre y tantos amigos que se me han ido. No extraño nada del pasado porque nada tuve.
—Al ver la serie, ¿cuál es la reacción suya y la de su esposo?
—Mi esposo y yo somos personas muy maduras. Nos reímos demasiado. Pero, para mí, son los dos contrastes: reír y llorar, porque el hablado de la que me interpreta y muchas otras situaciones que presentan ahí, dan risa. También lloraba, lloraba y lloraba sin descanso. Sobre todo, al inicio de la serie. No paraba. Al llorar así, dije: Dios mío, qué va a pasar. O sea, ¿voy a llorar cuatro o cinco meses seguidos hasta que acabe toda la novela? Es que era volver a ver vivo a mi padre. Ver vivo a mi hermano. La muerte de mi hermana. El dolor tan grande que uno siente cuando lo está persiguiendo un grupo armado. Cuando uno percibe que no va a volver vivo. Cuando uno no sabe de qué va a vivir. Cuando tiene hambre y no sabe qué va a comer. Que no tienes un peso para nada. Cuando te dicen que no puedes. Que te humillan y se te paran en la cabeza y solamente falta que te la estripen contra el piso. Es recordar todas esas cosas, pero la serie hizo que de una u otra manera, ¿cómo se dice, catarsis? —Sí, catarsis, se respondió ella misma—. Hice esa catarsis para poder avanzar. Era necesario que pasara esa serie. Le agradezco a Dios poderla disfrutar en vida y poder sanar. Porque a eso me llevó, a sanar muchas heridas. A perdonar el pasado. A estar tranquila. Ya tengo mente abierta para el futuro. Era lo que soñaba hasta ahora. Ya mis sueños son otros más grandes, pero no grandes económicamente ni grandes de fama, sino que tengo más sueños espirituales. Bueno, y le repito, lo de mi esposo, él conoce toda mi vida, pues llevamos veintiséis años. Se ríe, de pronto me abraza. Sí dice que a veces le da un poquito de celos, pero enseguida se muere de la risa porque él sabe que es una serie. Uno la disfruta. Bueno, la disfrutamos.
—¿A usted le pasa como a muchos cronistas que vemos una frase, un dolor de alguien y eso lo queremos convertir en historia? Es su caso, en canción.
—Yo pienso que la inspiración es algo muy mágico. De pronto tú ves todos los días paisajes. Todos los días crónicas, películas. Pero no todos los días quieres sentarte a escribir porque no te llega esa inspiración para hacerlo. A diario escucho historias, pero no siempre me llega la melodía o digo, ¡ay!, voy a escribir esta canción y ya me llegó, no. Lo hago porque el inconsciente viene dando vueltas a una historia, o a una situación o a un dolor o a un sentimiento del corazón. De una alegría o lo que sea. Yo, en unas trescientas canciones que he compuesto no digo, me senté aquí porque voy a componer, no, yo salgo a caminar, me llegó la melodía, la termino y así. Pienso mucho en una experiencia que le pasó a la amiga, entonces voy meditando sobre esa historia. De pronto me llega la melodía, y escribo la canción. Pero yo no compongo y luego le saco la melodía. A mí me llega la melodía con la canción y todo de una vez. Yo no soy autora no más. Hay autores que son los que escriben y van donde un guitarrista para que le pongan música, y hay compositores a los que un autor le lleva una letra y él le pone música. Yo soy autora y compositora. Son dos cosas muy diferentes. Es una inspiración divina. Dios la regala, porque, por ejemplo, yo grabé (ella lo dice cantando): No sé qué tiene señor que me enloquece… Son melodías únicas. Hace poco compuse una canción que no he grabado, que se llama “Tu forma de amar”, pensando en la historia de una amiga, dice: Lo más triste es que te siga amando y borrar tu recuerdo no puedo, cuando quiero olvidar tu nombre me doy cuenta que en el alma lo llevo y no soy dueña de mi voluntad porque me llamas y a tus brazos vuelvo. Esa es una frase que hice mientras tendí la cama, pero me llegó con música y todo.
—¿Cuando grabó el primer disco pensó que llegaría a la posición artística en la que se encuentra hoy?
—Mi primer disco fue un casete en el año 96. No, no lo pensé porque en ese tiempo andaba en una pobreza absoluta. Ese casete, la verdad, fue grabado pobremente. Quedó muy regular. Recuerdo que era con las hermanas Parra, Mauricio Zea (que ahora es un maestro de los estudios de grabación. Él tenía siete u ocho años de trabajo) con el bajo, y el papá tocaba el acordeón. Entonces iba con bajo, acordeón y las hermanas Parra que iban en los ritmos. Entramos al estudio desde las dos de la tarde hasta las ocho de la noche y ahí grabé un casete completo. Se equivocaba uno y nos tocaba devolvernos de nuevo. Ese casete lo ofrecí puerta a puerta. De esos vendí cien aquí, en el barrio Miramar de Medellín. Después grabé un CD que fue la música para tres telenovelas: Todos quieren con Marilyn, Hasta que la plata nos separe y Amor a la plancha. En esas tres series fue donde salió mi primer CD en los años 99 y 2000. Así las emisoras ya me pararan más bolas, me tocaba grabar de mi cuenta, pero íbamos avanzando. Ya en el 2001 encontré un apoyo muy importante en el Sistema Sonoro de Colombia, Guasca F. M., donde empecé a trabajar y ya ahí grabé un variado con Didier Bermúdez y Las Alondras. Había seis canciones mías: “Amor entre rejas”, “Triste y sola”, “Por mis hijos”, “Soy la otra”… y con esas canciones fue que me di a conocer, que pegaron en gran parte todas y con eso ya comencé a trabajar en los escenarios.
—¿Por qué no tiene un nombre artístico diferente al de pila?
—No busqué un nombre artístico porque mi nombre es artístico. Es un nombre raro, tan diferente. Entonces, con un tío que me ayudó a sacar el primer casete en el año 96, cuando analizamos el nombre, definitivamente dejamos Arelys y así me llamé desde ese año hasta el 2001. Y del 2001 en adelante, más o menos, arrancamos con Arelys Henao, y quedé con ese nombre. Pero la Reina de la música popular me lo pusieron en el año 2004, cuando salió la producción completa, por la puerta grande, que fue el álbum que me dio a conocer.
—Cuántas canciones ha grabado. ¿En el baúl tiene muchas?
—¡Muchas! —exclamó— Más o menos estoy llegando a las trescientas composiciones. Allí en el computador tengo una carpeta de grabadas (así, como tal, ciento cuarenta) y puedo tener sin grabar unas ochenta o cien. Otras que no se han lanzado. Y me han grabado unos cuarenta artistas, entre ellos Luis Alberto Posada, Paola Jara, Joaquín Guiller, Fernando Gil, Francisco Gómez, Los Castillos, Darío Gómez, Jorge Luis Hortúa, Carlos Zafra, Johan Castillo, Giovanny Ayala… Muchos artistas.
—Usted es “Reina de la humildad”. ¿Sabe de quién es esa frase?
—Lo dijo Jonny Rivera. Él es mi gran amigo. Jonny y yo tenemos una vida en común. Él es una persona que viene del pueblo, que le ha tocado luchar. Vendió muebles. Yo también vendí muebles. Entonces, los que hemos sido venteros ambulantes en realidad sabemos lo que es la calle y sabemos lo que se siente. De una u otra forma, si usted ve la carrera de Jonny y la mía, son muy parecidas en cuanto al cariño del pueblo. De los seguidores. Somos dos artistas que no opinamos de política, de religión, de fútbol, de nada. ¿Por qué?, porque uno como artista no está para dividir un pueblo. El artista está para unir y todos mis seguidores están en diferentes bandos y yo los quiero por igual. A mí no me importa ni qué dicen ni nada. Pero sí los oriento y los guío hacia un conocimiento de Dios, porque cuando usted tiene a Dios en el corazón, piensa para hacer las cosas. Se abstiene de cometer errores. Controla sus emociones. Entonces más que todo le predico eso a mi público.
—¿Qué fecha celebra o le gustaría celebrar?
—Tristes hay muchas, pero cuánto he querido celebrar el aniversario con mi esposo, y la verdad, siempre se nos pasa. Nosotros nos hicimos novios un 17 de octubre y nos casamos un 22 de diciembre y ni en una fecha ni en la otra hemos hecho algo. Él me decía estos días: Amor, nosotros por qué nunca celebramos los aniversarios, y yo le dije: Pues porque a los primeros años no le paramos bolas. Tampoco había para eso. Antes no había plata. Ahora no hay tiempo.
—En una de sus entrevistas dijo que usted pensaba que cuando regresara a Sabanalarga, su tierra natal, volvería como cantante. Esa primera vez, cuando hacían fila para saludarla y abrazarla, ¿recordó a algún personaje en especial?
—Recordé a muchas personas que estaban ahí haciendo fila para verme cantar: la profesora, la rectora del colegio. Celina, la que me daba trabajo vendiendo casetes. Claro, los recordé y los vi ahí al frente.
—Y con alguna persona de esas que haya sido detractora… ¿A usted no se le dio nada? ¿No le dio como un fresquito?
—No, lo que pasa es que yo como artista no puedo empezar a mirar a mi público si este me humilló o si este no me quiso. Nunca me ha gustado la gente rencorosa, resentida. Más bien yo dejo que Dios sea… En la biblia dice: “Dejad la venganza en mis manos”. Y sí, eso me dice la gente: Uy, ¿y no sentiste un fresquito? O no te gustó esto o lo otro. Y yo les digo: No, porque Dios nos da el triunfo y él nos da la posibilidad de vencer, de salir adelante sin necesidad de odiar ni de decirle al otro “cómo te quedó el ojo. Mirá, yo logré esto y tal cosa”. No, mi Dios no permita que yo haga eso nunca. Nunca. No me gusta el que muestra su riqueza, porque ese que se ufana públicamente, está humillando al que nada tiene y hay que ser muy cuidadoso con eso. Esta casa la conocieron porque cometí un error y traje a un periodista que me iba a hacer una entrevista, pero nunca pensé que iba a mostrar toda la casa y eso me ha dolido. Si yo pudiera devolver el tiempo, no hubiera mostrado mi casa. En realidad, no tengo nada. Solo tengo una vida luchada. Una vida guerreada y trato de vivirla bien dentro de lo normal, pero no soy de ostentosidades ni de lujos ni de nada de eso. Las cosas entre más sencillas, mejor.
—También escuché que dijo en una entrevista: “No tenía necesidad de tener”.
—Lo que pasa es que cuando yo vivía en la finca no sabía que había otra vida mejor. O que había otra vida diferente. Yo dormí en una estera diez años. No sabía qué era dormir bueno en una cama, entonces no me hacía falta. Yo andaba descalza y no sabía que existía los Skechers —en ese instante, con una carcajada, ella señaló sus pies para mostrar los zapatos—. No había comido hamburguesa, pues no sabía que existían y que era tan sabrosa con Coca-Cola. No tenía juguetes, pero jugaba con zancos, con montones de tierra; en mitad de una pobreza muy grave que ni puertas ni ventanas tenía mi casa —solo unas trancas—. Pero de una u otra manera, qué le digo, yo fui feliz en mi pobreza. Entonces, como no conocía otra vida, pues nada de eso me hacía falta y por eso digo que no tenía necesidad de tener.
—¿Le ponemos más costo a la vida? —le interrumpí.
—Sí, yo creo que nos complicamos y, en mi caso, pues no soy marquillera. Cuando veo algo, me gusta y ya. Y me da tristeza que una mujer enfoque su vida, sus ahorros y su trabajo solo a comprar marcas, porque es ahí cuando se pierde la verdadera esencia de la persona, gastando de pronto en lo innecesario y dejando al lado sus orígenes. Dejando lo verdaderamente importante, que es tener la familia al lado y ayudarla. Tener vida. Tener salud. O disfrutar de un paseo. Pero yo no le gasto más de lo que vale normal a un bolso ni a nada. Me gusta vestir bien, pero sí veo una blusa de $ 20.000, me la compro y ya.
—¿Recuerda esta otra frase? “Ese lobo dañó mi bata”.
—Ese lobo dañó mi bata —repitió ella—. Es la primera frase que yo leí en la vida, porque en la finca los trabajadores me enseñaban las vocales a, e, i, o, u… y a juntar las letras. L con A significa la, y bueno, y todo el cuento y dele y dele y dele, hasta que mi mamá, notando el afán con que yo veía en los periódicos las letras —que eran muy chiquiticas— y que bregaba a juntar para aprender a leer, y esa lucha yo sola, porque nadie se sentaba como a enseñarme, entonces me mandó a traer del pueblo una cartilla, Nacho lee, y yo empecé a tratar de juntar las letras. Cuando ya las junté y leí “Ese lobo dañó mi bata”, yo brincaba por toda la casa mostrándole a mi mamá que ya sabía leer y ese mismo día me devoré toda la cartilla. Ya al otro día le dije: Bueno, mami, ya terminé esta cartilla. Me la leí toda, ¿qué sigue? Ay, mi muchacha, pero usted pa qué más. Y yo, no má, qué sigue. Era encima, encima. Quería algo más. Yo no pude ir a la universidad porque, en realidad, pues no tuve la fortuna ni de terminar el bachillerato. No teníamos dinero para estudiar, pero usted no sabe cuánto hubiese añorado poder haber estado en una universidad y ver un cartón graduándome, mostrando una carrera de comunicación social, de ciencias políticas… Del ámbito que me gusta, que es la interacción con la gente, de sicología… Me hubiera encantado, pero no, nunca pude ir a una universidad.
—¿Sueña estudiar? —le interrumpí.
—¿Sabes qué?, ya ahora uno analiza es que se gradúa en la universidad de la vida. De otra manera. Pero en este momento ya no. No me da el tiempo. Sí sueño y no descarto la posibilidad de hacer un curso o estudiar inglés. Eso sí me tiene frustrada. Quiero aprender inglés. Sí, porque ahora que estuve en las Islas Maldivas, yo tenía la habitación 301 y solamente sabía three y one y cuando me fui sola para el restaurante (yo con un hambre porque todos estaban embolatados), entonces me hicieron señas: ¿La habitación?, y yo le dije three y le mostré por allá una canasta de huevos y one y ja, ja, ja, ahí fue donde aprendí porque me dijeron: three zero one, 301. Y yo, ah, 301 es three si one (sic), aaaah, espere y verá. Entonces voy a empezar: three, si, one y ya. Al otro día madrugué temprano a desayunar y dije: three si one y me senté. Ja, ja, ja. Por allá, para pedir café con leche, cofee milka, pedía y no se dice así. Cofee with milk, creo que es así que se dice, no sé. Pero más o menos me entendía. Al mesero, si yo medio le decía esa frase, ya sabía qué quería decir. Pero sí me he frustrado mucho. No me frustra por no haber hecho la universidad y tener un cartón, me frustra no hablar inglés. Pero a cualquier hora lo logramos. Ya al menos sé decir 3-0-1, en inglés.
—Usted le preguntaba mucho a su papá por la lectura. ¿Él qué le decía?
—Mi papá no más fue una vez a la escuela y apenas como que lo regañaron o le dijeron algo, salió furioso de allá. Solo fue una noche que yo lo acompañé y no quiso volver. Dijo: Ah, yo para mantener a mis hijos no tengo que estar por aquí perdiendo el tiempo. Pero mi papá murió sin saber las letras. Medio hacía unos garabaticos que significaban su nombre y eso fue lo que registró. Yo recuerdo que una última firma, antes de irse para la clínica, fue para unos documentos de la herencia de mi hermano. Yo le cogí la mano (la notaria me permitió que le ayudara) y lo guiaba con sus garabaticos: le ayudé con la “A”, la “L”, la “S” y la “O”. Más que todo Alonso y una “H”. Con su alzhéimer y todo el cuento. Pero mi padre no necesitó en ese momento aprender a leer y escribir para ser una de las personas más educadas que yo conozco y más prudentes. Sabio. Conversador. A todo el mundo le caía bien. Un hombre de muchos valores. Un hombre inigualable.
—¿Algún día le han hecho una pregunta incómoda?
—Sí, una vez me hicieron una. Los periodistas me han respetado, pero esa vez me preguntaron que cómo me imaginaba mi muerte. Eso es como muy imprudente, porque ninguno quiere hablar del día de la muerte; pero Dios me iluminó con una respuesta muy bonita: a lo que más le tengo temor es a perder mi alma. Le pido a Dios que no permita que mi alma se pierda. Y ahí también me decían que a qué era a lo que yo más temía de todo, de todo, de todo en este mundo, y sigue siendo la misma respuesta: a perder mi alma. Que sea feliz eternamente porque en realidad estamos viviendo un segundo que es esta vida comparada con una eternidad de años sobre los años, eterna, eterna, eterna por la eternidad. Entonces no quiero que, por mi orgullo, mi vanidad, por mi ego, por este mundo que solo brinda vanidades, llegue a perder el tesoro más preciado que es la salvación. Eso me ha impedido tomar decisiones, pero prefiero sacrificarme porque busco mi salvación.
Ya para terminar le pedí el favor de enviar saludos a mis paisanos de Granada, entonces ella, con su experiencia me dijo: Listo, deme la entrada, y yo, por falta de conocimiento me quedé mirándola y ella, notando mi novatada, volvió a decir: Prenda la cámara del celular, ponga a grabar y pues diga “gusto en saludarlos, estoy aquí con Arelys Henao” y ya, me da la entrada para mandarle el saludito.
Luego de complacerme, le pedí que cantara, para publicar en las redes, un trozo de la canción que iba a lanzar en los próximos días: Ahí va pa la fulana que me lo quitó, que yo soy una dama y no me rebajo por amor.
Nos levantamos de la mesa, “venga pa’llí”, me pidió dirigiéndose a la cocina. Allí sirvió café para ambos y me pasó una bolsa con buñuelos: “Saque. Coma, coma”. Y, en medio de este compartir, concretamos detalles para acompañarla a un concierto que dará en el exterior. Acordamos que ese día volveríamos a hablar.