Por: Santiago Mazo
Volver a pisar un recinto que no se visitaba hace varios años, décadas para algunos, ver sus cambios físicos, sus mejoras, y recordar lo diferente que era en otra época.
Así lo hicieron decenas de personas que el pasado sábado 9 de noviembre visitaron la Institución Educativa Jorge Alberto Gómez Gómez, o IDEM Granada, o tal vez LICEO Granada; el nombre era lo menos importante. Todos los asistentes tenían algo en común, este fue el recinto que por varios años los formó académicamente y los hizo bachilleres ante la sociedad y los preparó para aportar su granito de arena para la construcción de un mejor municipio y un mejor país.
La nostalgia era notoria en varias personas que miraban cada uno de los salones, corredores, el patio central de esta institución. El cambio era evidente. Aulas dotadas de implementos más modernos y mejores; las sillas ya no eran de madera, esas que con el cambio de alumnos y con el paso de los años, se iban desgastando con las lijadas que se les debían hacer para eliminar las rayas o manchas que durante el año escolar iban sufriendo. Esas sillas de gran tamaño y excesivo peso, que al momento de trasladarlas de un aula a otra emitían un estruendo que se podía escuchar a dos salones de distancia, ahora son sillas y mesas en plástico, más fáciles de limpiar y un ligero suspiro en comparación con aquellos pupitres robustos y pesados.
El tablero ya no es una pantalla verde, grande y de superficie inconsistente y llena de poros y grumos sobre el que se escribía con tiza, esa tiza que dejaba las manos de los docentes igual o más empolvadas que aquellos recuerdos de tantos graduados. Y ni qué decir del momento en que se debía borrar este gigante cuaderno donde el profesor escribía apresuradamente sus apuntes para que los alumnos lo consignaran también en sus cuadernos; este borrador de lana, que con el pasar de las páginas del docente se cargaba del polvo de las tizas, hasta llegar al punto en que era imposible borrar algo más con él, en cambio dejaba una estela opaca, que difuminaba todo el contenido del gigante cuaderno.
La solución a este problema no era nada novedosa ni requería mayor ingeniería. Solo se le golpeaba con la palma de la mano hasta que las membranas de la lana quedaran nuevamente en condiciones de seguir pasando las páginas del gigante cuaderno del profesor. Este proceso nada científico, levantaba súbitamente una humareda de polvo de tiza, que usualmente, causaba irritación y tos en quien se encargaba de sacudir el borrador.
Ahora el tablero es en acrílico, un telón blanco perfecto, una superficie totalmente plana y sin una sola imperfección. Este tablero ya no requiere la tortuosa tiza que con cada trazo se desgastaba hasta el punto de terminar escribiendo con las yemas de los dedos. Ahora es con marcadores especiales, que se borran con una sutileza casi felina, marcadores que con un par de gotas de tinta quedan nuevamente en condiciones de seguir dibujando trazos sobre el nuevo y elegante tablero.
Encima de este, hay ubicado un gigantesco televisor. Una verdadera proeza, cuando antes, se usaban proyectores que mediante unas pequeñas láminas plásticas lograban generar imagen y que, corriendo con suerte, este funcionaba.
Una nostalgia que merecía la pena repetir recorría el cuerpo de quien miraba el aula múltiple, hoy con el nombre de San Francisco de Asís. ¿Cuántos homenajes a la bandera se presenciaron allí? ¿Cuántas representaciones artísticas pasaron por esos tablones del escenario? ¿De cuántas metidas de pata fue testigo? Y lo más importante… ¿Cuántos granadinos han dado su marcha triunfal por el corredor central de este gran salón para subir los pocos peldaños del escenario y luego de recibir su diploma de bachiller, darse la vuelta y sonreír con un poco de nervios y satisfacción al gran público que hacen presencia en este recinto? Algunos de los ex alumnos lo recuerdan como si fuera ayer, otros pocos solo recuerdan que, durante su paso por este coloso lleno de aulas, no existía este gran salón y su ceremonia de grado debió realizarse en otro recinto.
El patio central luce casi inmaculado, como si el tiempo solo pasara a su alrededor, y tan solo unas sutiles pinceladas hubiesen pasado sobre el para renovar los colores que demarcan la cancha para la práctica de los diferentes deportes. Este patio central que fue punto de reuniones de grupo, de parche, de amigos, pero también de las tediosas formaciones con su distancia lateral y frontal. Ese tapiz de cemento fue cómplice de maldades, hazañas deportivas, celebraciones alocadas, integraciones con olla y fogón de leña improvisado con dos piedras o dos ladrillos.
Lo más especial del encuentro, fue cuando por generaciones se reunieron en distintos salones e intercambiaron sus borrosos recuerdos. Historias en su mayoría distorsionadas por el paso de los años, pero que también parece que sucedieron el día de ayer. Memorias de las mejores bromas de la época ¿Recuerdas cuando a este profesor le pusimos un alfiler en la silla? ¿Te acordás cuando el día después de los 15 de tal amiga, 3 compañeros vinimos a estudiar borrachos? ¿Y que X compañer@ salió corriendo para al baño cuando no aguantó más? ¿Recuerdas esto? ¿Recuerdas aquello? Esto otro... La palabra “Recuerdas” fue la más mencionada en esa tarde-noche y no era para menos, la ocasión en verdad lo ameritaba.
La actividad central se consumó en el gran salón, donde se compartieron representaciones, cantos, poesías… Todo en un gran y común centro literario; aquellos centros literarios donde se compartía con los compañeros, donde se bailaba la canción de moda, se representaba la novela de la época, se declamaban los más hermosos poemas y se intercambiaba una experiencia única y digna de repetir una y mil veces más, como la de esta tarde noche, que con la misma melancolía que inició, tuvo su melancólico final.