Desplazarse a la ciudad huyendo de la violencia que azotaba al municipio, fue la decisión obligada de doña Griselda Arias, una de las tantas mujeres granadinas aguerridas para la que las incomodidades y trasnochos hacían parte de su día a día para poder sacar sus hijas adelante y obtener el sustento. Todas esas dificultades no lograron desdibujar la sonrisa que lleva siempre en su rostro. “Soy la señora que vende las empanadas allá en la esquina de la plaza, antes trabajé con arepas”. Con el orgullo que da el trabajo honesto manifiesta que “prácticamente con eso les pude dar siquiera hasta el bachillerato a mis hijas”.
Después de dos años y medio en Medellín regresó a su patria chica y continuó con el emprendimiento de las empanadas, que durante varios años ejerció su hermana, pero que debido a la edad y las enfermedades tuvo que dejar. “Vivo de las empanadas. Le doy gracias a Dios, al todo poderoso. Tengo mucha clientela, no es que me afame, pero las empanadas que yo hago gustan mucho”.
Crocantes, un sabor inconfundible, quizás eso sea a lo que se refiera doña Griselda. “Tengo mis secreticos. Sí, para que queden ricas. Porque las comidas no son malucas, sino que, si uno no les echa los condimentos, las cosas no gustan tampoco, porque prácticamente las empanadas se venden es porque son muy bien aliñadas”.
En una apuesta con la aurora inicia el día de esta mujer luchadora. “Yo me levanto a las cinco de la mañana a poner a cocinar el maíz, las papas, vuelvo y me recuesto otro ratito mientras espero que todo este cocinado. Después ya me levanto, pelo las papas, las trituro, muelo el maíz, voy a la tienda a traer la cebolla, todo para hacer el guiso para las empanadas y a moler el chócolo para hacer las tortas”.
En su rostro se refleja la humildad y el agradecimiento por tener tanta acogida con sus productos que todas las tardes sale a vender. “Tengo una clientela que no me la merezco, yo intento atenderlos lo mejor que pueda y soy muy formal con ellos, así tenga mis rabietas por dentro, pero con toda la gente de buen genio, porque lo principal es la buena atención”. Y sin titubear afirma que “si me llegan a decir que si les puedo fiar unas empanaditas, tenga lleve. Yo no soy capaz de decir que no les fio, así sepa que no me van a pagar, yo les fio”.
Llena de gratitud y admiración por su madre, Andrea Salazar quiso vincularse a la labor que realiza su mamá. “Sentí la necesidad de apoyarla con el ají, porque muchas personas le pedían el ají y veía que ella estaba gastando demasiado dinero para poder darle ese gustico a sus clientes, entonces de ahí nació la idea de yo poderle hacer el ají directamente”.
La solidaridad sin duda identifica a los granadinos a donde quiera que vayan. “Yo sabiendo que tengo un vecino que tiene hambre o que está enfermo o que está ahí solo, yo voy y le doy la mano así sea con un desayuno o con un almuerzo si sé que está solo y está pasando necesidades, porque usted sabe que mucha gente mejor aguantamos necesidades que ponernos a pedir, si o no”.
Como todos los granadinos, madre e hija se proyectan en unos años expandir su emprendimiento. “Nosotras estamos en un proyecto futuro que se llama ‘Las Arias’, queremos empezar a vender a futuros distribuidores como pueden ser supermercados y por qué no, más adelante montar un tipo machetico que inicie acá en Granada bajo el nombre de ‘Las Arias’ y más adelante con varias sucursales dándole honor tanto a mí tía como a mí mamá, porque a raíz de la violencia que nos tocó vivir, las empanadas fue lo que nos sacó humildemente, horadamente de la pobreza”.
Sin pensarlo mucho doña Griselda expresa: “mi sueño es que Dios me de muchos años de vida para poder vender las empanadas y que me de salud”.
Por el contrario, Andrea, con total convicción manifiesta: “uno de mis mayores sueños es poder decir que ‘Las Arias’ existen gracias a estas dos personas que son mí tía y mi mamá, y que cuando ellas no estén, que más que poder decir con orgullo que estas dos mujeres con su berraquera y empuje nos sacaron adelante, y que de aquí a dos años como máximo ella ya no tenga que estar vendiendo empanadas, sino que ella este jubilada en su casa”.
Una vez más doña Griselda elogia a sus clientes, y suelta un secreto. “Que me sigan visitando, vivo muy contenta porque tengo muy buena clientela, todos mis clientes me estiman mucho y yo los estimo”, dice entre risas, “me los compro echándoles una empanadita de encima”.