[...] Cada vez que las campanas de mi pueblo
suenan un muerto tristemente.
Mi pueblo llora ...
y siente miedo [...] (Costa, 2020).
Por: JUAN DANIEL GIRALDO PARRA
Han sido unos días muy peculiares. Nunca pensé que tanto repique de campanas irrumpiera en mi cotidianidad, por ejemplo, un domingo con 7 eucaristías simultáneas en ambos templos y hasta unas exequias justo ese día. Siempre miraba el reloj de la Iglesia convencido de que ‘campaneaba’ en su forma habitual, o ni tan habitual, porque desde siempre el tiempo ha estado loco, loco como el mismo reloj de cuatro caras que repica la hora desde lo más alto del templo parroquial, a pesar de que en muchos relojes falten 1 o 2 minutos, o incluso, en otros que se adelantan por un par a la hora que desde lo alto se anuncia.
Las campanas de mi pueblo entonces, han jugado con la hora y con el tiempo, configuradas para que cada cuarto de hora suene con un ritmo singular. Aunque también se doblan cada vez que hay eucaristías o funciones, media hora y 15 minutos antes de cada celebración. Es más, cada ángelus a las 6:00 y a las 12:00 anuncian dicho rezo, solo enmudecen en la Semana Santa desde la Solemne Cena del Señor hasta la Vigilia Pascual; sin embargo, a pesar de que es una costumbre inveterada, aún no me habitúo al sonar incesante de las campanas que, aparte de todas esas funciones, anuncian el homenaje póstumo de sus hijos que parten a la Patria Celestial, o mejor, que se nos adelantan por unos añitos y que como profesamos los creyentes, se nos aventajan porque mi Dios los necesitaba. El sonido que llama para las exequias o para el “entierro” como decimos en Granada, es particular y lleno de mucho sentimiento, el mismo que siento mientras escribo este relato.
Las campanas de mi pueblo son también esa melodía que los granadinos por años llevamos en nuestra mente y nuestro corazón, pues fueron ellas quienes daban apertura al alba llamando a los fieles para el rezo del rosario de aurora, al mediodía para la oración del ángelus, y cerraba con el toque de la última eucaristía, aunque en el día podrían haber estado programadas otras celebraciones, incluso con otra índole. Como escribe Mario Gómez (2017) en un texto alusivo a las campanas, las del templo filial datan de 1880 cuando el Padre Clemente terminó el frontis de lo que hoy es el templo filial y las del parroquial desde 1958 cuando se había decidido tener un nuevo campanario. Desde ese tiempo han sonado sin interrupción, salvo en la fecha del 6 de diciembre del 2000, es decir, el día del carro-bomba y en el año 2020 cuando los templos se cerraron por la pandemia.
Luis Alberto Posada, en uno de sus versos dice que “ninguno sabe por qué a diario mueren tantos”, que hace parte de una de sus canciones que titula “por quién doblan las campanas”, canciones que se escuchan mientras recorro La Variante -con ese gentío y bullicio- y sus negocios, cuan si fuera una competencia de la que más duro suene, pues a decir verdad uno puede estar en “La Donald” (una de las cantinas de Granada) y escuchar la música que están poniendo en “Otra Parte” (otro de los bares). Y me parece que de alguna forma enrostra el senti-pensar de la humanidad por estos días, pero que a su vez, es una conjetura y una premonición de lo que está por pasar en el mundo, en una necesidad de fortalecer la fe y la esperanza, de permanecer firmes y fieles a las promesas Divinas y, por supuesto, dejar el bullicio y encontrar a Dios en el silencio (visto así desde una mirada cristiana). La salida sorpresiva de familiares, conocidos y amigos es una realidad que se ha hecho más intensa desde que la muerte ha tocado a nuestra puerta, sobre todo en tiempos donde la peste y la enfermedad deambulan como perro sin amo, lugares donde la guerra, el hambre y la violencia hacen parte del panorama. Sin lugar a dudas, estamos en el desafío de la vida, y como lo diría nuestro nobel Gabriel García Márquez, “la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”, o como lo expresa Víctor Heredia en su canción, somos “tristes y errantes hombres sobreviviendo”. Todo esto para decir que, a pesar de las dificultades, debemos seguir vivos. Etimológicamente, la palabra sobrevivir significa subsistir a pesar de todo (RAE, 2021). Cada repique de campanas nos invita a seguir sobreviviendo, pues se debe aprender a sortear las dificultades que nos hacen morir a una vida en Cristo a sabiendas de que muchos dicen no creer y se niegan a practicar y, reconociendo, que el problema que muchos tienen no es con Dios sino con la Iglesia; me atrevo a decir, que nuestra meta no es terrenal sino más allá, insisto, a pesar de que en veces somos indiferentes ante ello debemos sobrevivir y entender que estamos aquí de paso.
De cualquier manera, todo este ambiente pesaroso que se torna cada vez que un hijo o hija de Granada se va a la Casa del Padre, nos debe motivar a seguir adelante, ambientes que hacen parte del paisaje de los últimos días con la Covid-19, con los desastres naturales y con la violencia sistemática que se vive en las urbes. El sonido de las campanas no debe opacar nuestra alegría y nuestra fe, al contrario, deben ser una razón más para dar gracias a la vida que día a día nos desafía. Ya hemos experimentado el ruido silencioso que hacen cuando no invitaban a misa, como en esos tiempos cuando las medidas sanitarias así lo exigían. Si sentimos tristeza de no escuchar esos repiques, sintamos entonces alegría cada vez que suenan para que esos redobles también sean una honra para esos que, como decíamos, se nos aventajan en el más allá. Es que los sonidos que nuestros campanarios emiten son hermosos y celestiales, pero cuando toda esa energía se une para tañer por la honra de un hijo de Granada que se va, se siente mayor emoción y recogimiento.
Finalmente, como dice Jesús en aquel pasaje de Mateo 11:28: “Vengan a mí todos los que estén cansados y agobiados, y yo los aliviaré”, así dice a cuantos terminan su peregrinar por este mundo, pues si de algo debemos estar convencidos es que “de Dios venimos y al Él regresamos”. Preguntémonos entonces si estamos preparados para ese encuentro, si nuestra carta de presentación es buena, si hemos profesado ese amor al prójimo y a Dios y hemos cumplido sus mandatos; sólo así estaremos seguros de que cuando partamos de este mundo, los llantos se cambiarán por alegrías, pero si es lo contrario, todo debe quedar en un “valle de lágrimas” como reza la Salve.
Que el repique de las campanas nos recuerde cada vez más nuestra efimeridad y nos exhorte a cambiar nuestros estilos de vida, a aprovechar más este corto tiempo y a hacer que nuestro paso por la tierra sea provechoso. Para que así como dice la canción todos vivan “¡Siempre Alegres!”... y que repiquen las campanas din don dan, para la misa y para los hijos que se van.
REFERENCIAS: