Palabras en zapatos pequeños. Historias que no caben en una mochila.

Toda aventura necesita un punto de partida, y este viaje en el que recorreremos la mente de los niños, comienza con Miguel Giraldo. Esta es la primera de muchas historias que vamos a compartir: relatos pequeños, pero con el tamaño exacto para caber en una mochila escolar. Decidimos empezar con Miguel no solo porque sabe de geografía más que muchos adultos, sino porque encarna lo que queremos contar: niños que no solo miran el mundo, sino que lo imaginan, lo nombran, lo recorren a su manera. Bienvenidos, abróchense bien sus cinturones que aquí comienza este viaje.

Por Yeison A. Giraldo Locutor Granada Stereo.

Cuando decidimos crear este espacio, coincidimos en que el primero en aparecer en estas páginas tenía que ser él. Estoy seguro que en una mochila no caben todas sus historias, es por eso que los invito para que se preparen para un trasteo completo.

Es un viejo en cuerpo de niño. Desde ya, sin conocer físicamente los rincones más recónditos del mundo, tiene la capacidad de contestar los países, ciudades y capitales. Él no ocupa mucho espacio en el salón, pero su cerebro sí. Ahí adentro, guardadas en algún rincón -entre la lonchera, los lápices y quién sabe qué más- también están algunas capitales. Las dice sin esfuerzo, como si hubiera estado allí, como si las calles de Barcelona le quedaran a la vuelta de la esquina.

No lo hace para presumir, sino porque simplemente no se puede aguantar saber tanto. Es de esos niños que no interrumpen por mala educación, sino porque la emoción le gana. Si alguien menciona un país, él salta como un resorte. Si nadie lo menciona, igual lo dice. Y cuando guarda silencio, uno puede imaginar que está viajando por dentro —revisando mentalmente las fronteras, los nombres raros, las banderas que sueña con ver ondear en vivo.

Es el primer niño en este proyecto porque no solo escucha o habla: él pregunta, nombra y viaja. Y eso es exactamente lo que queremos que pase aquí: que los niños tomen el micrófono, pero también el mapa, la palabra, la duda, la historia. Miguel es el punto de partida, y como todo buen viaje empieza con una buena mochila, la de él viene llena con pasaporte y hasta con brújula. Es capaz de imaginar muchas cosas, podríamos decir que tiene un mundo de ideas en su cabeza. Y puede imaginarse lugares que van más allá de un semáforo.

 

 

Tiene un perro que se llama Messi. No Lionel, no Leo: Messi, así, como se llama el mejor del mundo —según él, claro. A veces pienso que Miguel no está solo recorriendo países con su cabeza, sino que también está armando un equipo. Él pone las ideas, las preguntas, las palabras; Messi pone la alegría, las carreras, la risa. Y juntos, de alguna manera, representan eso que queremos que pase en este espacio: Niños que narran el mundo, con los pies llenos de barro, pero con la imaginación intacta.

Vive con su mamá, que es contadora, y su papá, que trabaja en un taller de motos y entre ellos dos, Miguel encontró un tercer camino: las palabras. Mientras su mamá revisa cuentas y su papá arregla bielas y carburadores, Miguel afina su propio engranaje: una cabeza que gira por el mundo sin moverse del salón.

Su hermano se llama Gabriel, como el arcángel que anuncia buenas noticias. Y él, Miguel, lleva el nombre del arcángel guerrero. Dos nombres grandes para dos niños que, aunque aún pequeños, ya parecen llevar en ellos algo más grande que sus juegos y sus risas. Es como si en esa casa, entre los números de mamá y el taller de papá, vivieran también un poco de lo divino, un impulso invisible que los empuja a descubrir y contar el mundo, cada uno a su manera.

No importa si no caben todas sus historias en una mochila, porque lo que guarda Miguel no es solo información: es un mapa de sueños, preguntas y ganas de entender. Y mientras siga preguntando, nombrando y viajando con su mirada, nosotros, los adultos, tendremos la oportunidad de mirar el mundo de nuevo, con ojos más abiertos y corazones más grandes.

Así empieza este viaje, una aventura de palabras con zapatos pequeños que pisan fuerte, que hacen ruido y que cuentan la vida, desde la mirada única de los niños. Porque ellos no solo habitan el mundo, lo reinventan.