En la época en que la zozobra y el miedo se tomó Granada por cuenta de la violencia, solamente una persona, además de la fuerza pública, pudo brindar tranquilidad y fortaleza a la población: el padre Oscar Orlando Jiménez Gómez, quien justo en ese tiempo fue designado como párroco de la localidad. Sin siquiera haber pasado los hechos violentos, podría decirse que el señor obispo le encomendó a él la tarea de empezar a trabajar en la motivación de la gente cuan si fuera un psicólogo y, de inmediato, apoyado en las instituciones, iniciar la reconstrucción del tejido social.