No dejemos que se vaya La Paz.  

Desde lo alto, la vía que conecta a Granada con Medellín revela una imagen que parece sacada de un pesebre: casas amontonadas, luces, colores y vida que brota a pesar de todo. La gente que habita el sector La Paz trabaja duro en mil cosas, pero su verdadero compromiso está aquí, en su barrio.

Por Yeison A. Giraldo.

La Paz no es solo un lugar donde la gente vive, es un hogar lleno de orgullo y pertenencia. A lo largo del año, ese barrio late con la fuerza de su gente, pero en diciembre se convierte en un espectáculo de luz y color, con decoraciones hechas a mano que reflejan el amor y la esperanza que sus habitantes mantienen vivos, a pesar de las dificultades.

Pero no todo es alegría en La Paz. Las lluvias intensas han convertido ese paisaje en una bomba de tiempo. La tierra cede, las casas se agrietan y la amenaza de un desastre crece día a día. La alcaldía y la gobernación ya ordenaron desalojar el barrio por el riesgo, pero los vecinos se aferran a sus hogares con una fuerza que solo se entiende desde la lucha y el amor por lo propio.

Doña Lucía Guarín, una de las vecinas que tuvo que abandonar su casa, no ve la hora de que todo se solucione. Desde donde está, mira hacia el barrio y suspira con nostalgia, porque allá quedaron sus recuerdos, sus vecinos y su vida entera. “Yo me fui —dice—, pero mi corazón todavía vive en La Paz”

Doña Lucia, a pesar de haber dejado atrás su casa, no logra desprenderse del barrio. Desde la distancia sigue pendiente de cada noticia, de cada aguacero, de cada grieta nueva que aparece en las calles donde creció. Su vida ahora transcurre entre la incertidumbre y la esperanza de volver algún día, cuando la tierra deje de moverse y las promesas se conviertan en soluciones.

En medio de ese paisaje que hoy parece desmoronarse, también está el estadio 190 Años, levantado cuando Granada celebró su aniversario número 190. Ese escenario, que alguna vez fue motivo de orgullo y encuentro para la comunidad, hoy mira con tristeza el deterioro que avanza a su alrededor. Allí se reunían los jóvenes, las familias, los amigos; y es el corazón deportivo y social del barrio.

La Paz no es solo un barrio en peligro; es una comunidad que resiste, que se niega a desaparecer sin ser escuchada. No basta con órdenes de desalojo ni promesas vacías. Es hora de que las autoridades actúen con urgencia, con planes reales y acompañamiento para quienes día a día luchan por mantener viva su historia y su dignidad.

Y aunque el suelo tiemble y las paredes se resquebrajen, en La Paz todavía hay risas, música y ollas encendidas. Todavía hay vecinos que se saludan con cariño y que, a pesar del miedo, prenden una luz cada noche como quien le dice al mundo: aquí seguimos, no nos rendimos. Porque La Paz no es ruina ni tragedia, es resistencia, y esa resistencia también merece ser cuidada.