Por unas monedas

Por: Hugo de Jesús Tamayo.

La niña venezolana vestía un short donde quedaban expuestos sus muslos de piel color canela. Completaba su atuendo con una blusa ombliguera y tennis deportivos. Entre cerveza y cerveza, Valentina le empezó a hablar al oído a Luisa y cada vez que lo hacía, esta última, a su vez, le comunicaba algo a Yordani.

Mi amigo, con un pequeño movimiento de su cabeza, me pidió que lo escuchara, entonces me incliné hacia él: “La pelada ─Valentina─ le dijo a mi mujer que no quiere nada con ese man, que a ella le gustó fue usted”. ¡A mí!, le interpelé. “Ah, seguro le gustan los cuchos. ¿Si quiere hacemos ‘la vuelta’ en su apartamento?, yo voy con mi mujer y usted está con Valentina”, terminó proponiéndome Yordani. Y ahí me quedé pensativo.

De algo yo estaba seguro y era, que ese cuento de que “yo le gustaba”, no me lo iba a tragar, pero igualmente seguí el juego. Claro, también pensé que es posible que me fuera a pedir algo de dinero por “La vuelta” ─como decía mi amigo─; pues no me cabía en la cabeza que una mujer tan jovencita y así porque así, con quince o veinte minutos de conocidos, quisiera ir al apartamento de un hombre que vive solo y más con la diferencia de edad tan evidente. Eso de fetiches y fantasías yo no creo.

Luego de una consecución de secretos entre Valentina, Luisa y Yordani, este último me volvió a decir al oído: “Entonces qué, ¿se apunta pa’ ‘la vuelta’”? ¿Y Carlos ─le indagué─, ella cómo hace con él? “No, la hembra dice que lo va a botar y se va con usted”. Y, después de yo escuchar esto, olvidé mis prevenciones y le contesté: listo, ella verá cómo se vuela, enseguida yo me voy para el apartamento y allá los espero. “Bueno, ahora usted se para normal, se despide y nosotros le caemos”, me dijo por último mi amigo.

Terminé la cerveza, me despedí, salí y cuando llegué a mi casa, me dispuse a esperarlos, sobre todo me preparé para ella. También los periódicos y revistas que tenía en desorden los puse en el sitio adecuado y me senté a esperar. En unos diez minutos tocaron la puerta. Apenas entraron, les enseñé el apartamento, serví tragos para cada uno y nos sentamos en la sala. Yordani se sentó con su compañera de una forma que, para mí, quedara espacio en el mueble al lado de Valentina y así empezamos a compartir.

 

Foto: Google

Mi amigo y Luisa, cada uno cogió su cerveza, se salieron para el balcón y me dejaron solo en la sala con Valentina. En medio del sorbo de los tragos, conversamos de asuntos intranscendentales mientras que yo, de vez en cuando, distraía mis ojos en sus piernas; claro, de una forma que no fuera tan evidente. Salud, le dije desprevenidamente con un ron en la mano y ella ahí mismo tomó la cerveza. Apenas Valentina inclinó su cuerpo para de nuevo abandonar el líquido sobre la mesa de centro, aproveché para tomarle el cabello y, al querer pasárselo por detrás de su oreja, en señal de coqueteo, ella de inmediato alejó la cabeza y de una forma un poco brusca, con su mano izquierda me retiró la mano. Con este gesto, quedé con pena de avanzar y, a partir de ese instante, hasta sus piernas las dejé de apreciar.

De pronto ella dijo: “¿Me presta un baño?” Al fondo hay uno y en mi pieza hay otro, bien pueda, le contesté. Esta se levantó y escogió el baño privado de mi habitación. Inmediatamente la venezolana se fue, entró a la sala mi amigo. “Entonces qué, ¿cómo va la cosa?”, me preguntó, en susurro, al tiempo que abría y movía sus brazos pidiendo explicación del por qué no me había ido para la pieza con ella, pues terminó señalando una alcoba. No hermano, esa pelada no está por nada, le contesté. “¡Cómo así, si ella misma fue la que dijo!” Tranquilo amigo, necesitaba botar al otro tipo y punto, le aseguré. “¡Retaque mijo, retaque! ¡Cúlese a esa hijueputa!”, me insistía Yordani en voz baja tirando de sus manos hacia delante y hacia atrás. No, así no son las cosas, si ella no desea compartir, yo no la voy a molestar, fue mi respuesta.

Valentina volvió del baño y mi amigo regresó al balcón donde su pareja lo esperaba. Compartimos otros tragos y la niña venezolana, minutos después se volvió a parar ─creo que para ir de nuevo al baño, pero esta vez no dijo nada─. Yordani y su compañera ingresaron a la sala; luego Valentina regresó y seguimos compartiendo licor los cuatro.

En unos minutos, mi amiga ─desde hacía una hora como máximo─, dijo: “Ya me tengo que ir”. Yordani la miró sorprendido y expresó: “Entonces nosotros también nos vamos”. Los acompañé a la puerta y se fueron.

Al otro día me madrugué para la finca, pero no me percaté de que faltara algo en el apartamento, hasta el próximo viernes que volví al pueblo; pues cuando entré a mi habitación y abrí un cajón del armario para guardar unas monedas de 1.000 y otras de 500, noté que la cajita donde echaba estas monedas, no estaba.

Por estos $ 250.000 a $ 300.000 que se me perdieron, no quedé tan aburrido, como sí lo quedé por el hecho de perder la tomada del Viagra.

 

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