Sábado, 04 2024 May

Skate es el término utilizado para nombrar el deporte del monopatinaje, pero también la patineta o tabla sobre la que se realizan diversos trucos en esta disciplina, gran parte de ellos elevando la tabla del suelo y haciendo piruetas con ella en el aire. La patineta está conformada por una tabla de madera plana y doblada por los extremos que, a su vez, tiene dos ejes y cuatro ruedas.

Elizabeth Castaño Quintero hace parte de la nómina de 18 ciclistas que conforman la Selección Colombia Andina de ruta que participa en el Campeonato Panamericano de San Juan, Argentina entre el 12 y el 16 de mayo.

Su rostro refleja la humildad y sencillez que caracteriza a Carmencita Piedrahíta, el brillo en sus ojos irradia la pasión con la que realiza su oficio de pintar y elaborar manualidades, esa labor que ha realizado desde los 8 años y de la que varias generaciones han podido conocer y aprender, “me gusta dar clase desde niña porque me gusta compartir lo poco que sé con los demás”.

Antes de despertar en la sala de cuidados intensivos, ella soñó que veía al papa Juan Pablo II, “estaba en un cuarto de color blanco… todo era blanco, yo estaba vestida de color blanco y saltando en un colchón y yo le gritaba Juan Pablo, Juan Pablo”, pero él no le oía. 

Con una mirada al cielo, Yohana Soto recuerda cuando su madre le decía que aprendiera a arreglar uñas, que con este oficio podía salir adelante, y que así se las podía maquillar a ella, ya que no contaba con recursos económicos para ir frecuentemente a un salón de belleza. “Inicie con tres esmaltes, les arreglaba las uñas a las compañeras del colegio. Yo empecé fue por mi mamá, porque a mí no me gustaba”.  

Aunque sus primeros años de vida los pasó realizando las labores del campo en la vereda Los Planes y otras cercanas, esto cambió al llegar al pueblo, en donde se empezó a relacionar con varios transportadores que más adelante le dieron trabajo de ayudante hasta que empezó a conducir.

¡Que más mijo!, le grité desde la puerta de mi apartamento a Jaime Ovidio Giraldo que se encontraba a unos cincuenta metros de distancia −donde es su casa en Granada−, ese sábado de relax. Él abrió las manos como queriéndome abrazar a esta distancia, gesticulando algunas frases. Y, después de este peculiar saludo, le seguí gritando: ¡Tomamos tinto. Vamos a filosofar! Quedamos a las diez, pero como no le cumplí, seis minutos luego de lo previsto, me llegó un mensaje de mi amigo: ¿Qué pasó? Dónde está, le contesté por el mismo medio. En LA FAMILIAR, me escribió por último. Ya le caigo, le volví a escribir y guardé mi celular.

Antes de salir los rayos del sol, don Javier ya estaba tomando sus tragos, chocolate con arepa, de esas asadas bajo las rojas brasas en el fogón de leña que es tan común ver en las casas de la zona rural. Luego se dirigía por los verdes cafetales adornados de granos rojizos, listos para ser recolectados; otros días se dedicaba a cultivar plátano o a cuidar las “dos o tres vaquitas” en el potrero.

El presbítero Miguel Giraldo Salazar es uno de los sacerdotes más importantes que ha dado Granada. Aunque actualmente no es tan reconocido como otros sacerdotes surgidos en el municipio, para los granadinos de la época, el padre Miguel era un referente en el campo educativo.

“De verdad que es algo muy bonito y muy especial. En mi vida es el reconocimiento más grande y más importante que he obtenido, me han dado otros reconocimientos en otras partes, pero de verdad nunca he sentido la felicidad que sentí hoy”.