Si viajamos en el tiempo a 1979, nos encontramos con un mundo muy diferente al de hoy. El Muro de Berlín seguía en pie, la Unión Soviética era una realidad y en el municipio de Granada, las Escuelas Normales Femenina y Masculina eran el epicentro de la formación de muchos de los profesores que forjaron la educación en la región.
En ese contexto, una joven, Marina Quintero Hoyos, recién graduada del colegio, recibió una oferta que cambiaría su vida: el cargo de notaria del municipio de Granada. Según el DANE, solo el 30 % de la población actual de Granada es mayor de 46 años, lo que hace que pocas personas recuerden a sus predecesores en el cargo.
«Mi sueño de niña siempre fue poder trabajar en una oficina. Ver a mujeres desempeñando labores administrativas despertaba una llama en mí», relata Marina. «Cuando surgió la oportunidad de ser notaria, no lo pensé ni un segundo, aunque no sabía muy bien lo que significaba».
Al asumir el cargo, Marina enfrentó un desafío considerable. «Al principio no tenía ni idea de qué debía hacer, y la secretaria que estaba tampoco me ayudó mucho», recuerda. Su solución fue un reflejo de su carácter: «La única forma que encontré de entender mi rol era ir casi todos los días al municipio de El Santuario y llevar todas mis dudas al notario de allí, quien muy amablemente me ayudó».
Su método de trabajo era meticuloso: si alguien llegaba a la oficina pidiendo algo que desconocía, les pedía que regresaran al día siguiente para darles una respuesta. Inmediatamente después, ella viajaba a El Santuario para hacer las consultas necesarias, asegurándose de tener todo listo para el usuario.
Esta sed de conocimiento la llevó a formarse continuamente. Inicialmente estudió una tecnología en Administración Pública, que complementó con una carrera universitaria. Años más tarde, se graduó como abogada y realizó una especialización en Derecho de Familia. «Siempre me ha gustado mucho estudiar y aprender cosas nuevas, la educación es una herramienta que puede cambiar totalmente la realidad de una familia», explica, subrayando la importancia de la educación y el apoyo que brindó a muchas personas para que pudieran seguir sus estudios.
En 2003, aún en época de violencia en el municipio, recibió una amenaza que la obligó a tomar una difícil decisión: «No vaya a abrir la notaría porque la vamos a volar». Por unos días, se trasladó a Medellín para proteger su vida y la de su hijo, «Felipe estaba muy enojado porque se perdió el día en que acolitaría en la iglesia por primera vez, algo que soñaba desde pequeño», cuenta Marina.
Mientras tanto, le advirtió a su secretaria que no abriera la oficina por ningún motivo. La notaría permaneció cerrada durante cinco días, pero al ver que no sucedió nada, Marina regresó al pueblo para continuar con su labor.
Marina Quintero Hoyos siempre será recordada por su espíritu de servicio. A menudo, se quedaba horas extras o atendía a personas en días no laborales. Su filosofía era clara: «¿Cómo va a venir este señor de tan lejos y no le voy a colaborar?». Con esa convicción, se convirtió en una figura indispensable para la comunidad.
Es un claro ejemplo de cómo un cargo público puede transformarse en una vocación de ayuda. Hoy, al ceder la notaría, deja un legado de empatía, dedicación y compromiso.
Para el nuevo notario, espero que pueda continuar y, si es posible, mejorar el legado que deja Marina para que la notaría siga siendo un lugar de ayuda para todos los ciudadanos.
Quizás todo esto lo conté con la distancia de quien solo observa, pero la verdad no hay forma de separar lo profesional de lo personal cuando hablo de ella. Porque esa mujer firme, respetable y entrañable que sirvió durante tantos años como notaria en nuestro pueblo. . . Es mi mamá.
Por Felipe Orrego.