Pero no solo por eso, su mano en el corazón también quería comunicar respeto y manifestar que todo lo que decía, salía desde ahí. En la variante o cualquier calle por la que transitara, su mano arriba significaba un saludo a cualquier parroquiano, su mano derecha abierta y sus dientes apretados, significaban un ¡chóquela! con ganas.
Y sus dos manos arriba, sosteniendo el cuerpo de Cristo, nos mostraban a nuestro párroco y pastor. Un hombre admirable y ejemplar.
Su mejor lema era el amor y la implicación por Granada, una gran sonrisa era siempre su escudo, la amabilidad sumada a una palabra de aliento, eran su bandera y los pobres sus hijos más amados, su refugio y quienes ocupaban en gran medida su trabajo.
Su sonrisa y su voz, sirvieron siempre para ayudar a conciliar, porque en su trasegar por Granada además de ser pastor y guía, fue mediador y en ocasiones prácticamente otro alcalde.
Nunca supimos quién era el que le contaba las cosas que pasaban en Cafarnaúm, porque, aunque no cargaba una agenda en sus manos, sabíamos que era muy ocupado y tal vez el tiempo no le daba para ir hasta allá.
Amigo de este y aquel. Su mayor riqueza fue la amistad y por eso es que cualquier detalle en días venideros, nos recordará al “Pollo”, porque estoy seguro que todos tenemos anécdotas con él, que nunca se borrarán de nuestras mentes.
Un consejo, una homilía, una voz de aliento, una ida al estadio, un partido de fútbol, una comida, un paseo, una canción, un lugar, un ruido, una obra, una fecha…
Hoy, pollo, te lloramos como Jesús lloró a Lázaro…